Nacer cada día
Natasha se dirigió lentamente hacia su coche… absorta, preocupada y cabizbaja, lo que había escuchado en la consulta del médico la había impactado, dejado sin piso.
Durante los últimos meses se había estado cuestionando su vida laboral, cada día se le hacía más duro ir a trabajar y esta noticia ahondaba su malestar y se sentía perdida. Tenía claro que no diría nada a nadie, hasta que ella pudiese aclarar sus ideas.
Cuando llegó al coche se imaginó cogiendo la carretera, sin rumbo hacia un lugar en el que podría reflexionar, asimilar lo que había oído: “tienes cáncer” …
Esa frase le retumbaba en la cabeza y no la dejaba aclarar sus ideas, aceleró y se dirigió a su casa para tratar de tranquilizarse.
En la puerta vio el coche de Paul, su marido, aparcado y en voz alta se dijo: Mierda!… ¡encima ha llegado temprano hoy!
Aparcó, salió del coche tratando de dibujar en su cara la mejor de sus sonrisas, y fingiendo una sorpresa en el momento de entrar a casa, dijo a su marido: ¡cariño! ¡Qué alegría verte en casa!.
Paul se acercó a darle un beso, notó algo extraño, y le respondió: ¿te pasa algo? .
– ¡No!… no es nada… es solo que estoy un poco cansada y justamente venía penando si no pido unos días en el trabajo para descansar. Tengo ganas de escaparme al algún sitio lejos de aquí. ¿Me querrías acompañar?.
¡Claro que sí!… Sabes que puedo seguir trabajando desde cualquier lugar, me basta con, contesto Paul que haya conexión a internet.
¡Tú organízalo y salimos, cuando quieras!
Pocos días más tarde, el tiempo estrictamente necesario para la compra de pasajes, visados y otros requisitos indispensables, ya en el avión rumbo a Bali, Paul pregunta a Natasha.
– ¿De dónde te brotó la idea de Bali?… ¡Nunca lo imaginé!
Con toda tranquilidad, Natasha le contestó:
– No sé, todo vino tan rápido, me puse a buscar en internet y apareció Bali y algo dentro de mi me dijo ¡si ahí!
– – Paul distendiéndose en pleno despegue, le respondió:
¡Sí, tienes razón! Puede ser una gran idea.
A lo que Natasha agregó: Algo me decía que necesito relajarme, ver el mar… cuándo vi Bali me pareció el lugar idóneo para reflexionar acerca de mi vida profesional, para encontrar respuestas… ¡creo que es el entorno que inconscientemente estaba buscando!
Habían alquilado un pequeño bungalow al sur de la isla, frente al mar que la publicidad lo presentaba como un lugar idílico y muy tranquilo.
Cansados de las interminables horas de vuelo desde Barcelona, de los cambios de avión y de los husos horarios, no bien aterrizaron tomaron un taxi rumbo al bungalow para descansar.
A pesar del agotamiento en la noche al acostarse y mirar el mar desde su ventana se dijo que al día siguiente, a primera hora daría un paseo por la playa, que le haría bien.
Paul dormía plácidamente cuando Natasha despertó y salió del bungalow dirigiéndose hacia la playa para dar su ansiado paseo.
Llegada al borde del mar se quitó las sandalias e inició su caminata, respirando ese aire fresco con olor de sal, caminando por la suave arena mojada por las pequeñísimas olas de la mañana.
Llevaría caminando unos diez minutos cuando se percató de la presencia de unas pisadas en la arena y, como si de una señal de tratase, decidió seguirlas hasta que finalmente se perdieron.
Se detuvo, oteó a su alrededor y vio, no muy cerca de ahí, una cabaña en cuya entrada se hallaba una mujer, sentada en postura de meditación. Alejándose de la orilla, intrigada por esa presencia, se fue acercando a esta cabaña para saciar su curiosidad. Se detuvo sorprendida, observando a la mujer, que de pronto abrió los ojos: las dos se quedaron mirándose una a la otra sorprendidas.
Natasha sin articular palabra, no atinaba a reacciona se sintió presa de una timidez desconocida, cuando, de pronto, una voz muy dulce le dijo: Hola me llamo Rose, “¿en que te puedo ayudar?.”
Solamente he venido siguiendo unas huellas de pisadas en la arena –respondió balbuceante-, me despertó la curiosidad y me acerqué.
– Suelo levantarme muy temprano-, contestó Rose, me gusta salir a caminar, sentir el frescor de la mañana y, ver la salida del sol.
– ¡Cuánto hace que vives aquí? le pregunta Natasha
– Llegué hace unos cinco años, huyendo y con las manos ensangrentadas. Busqué este sitio porque sentí que no me encontrarían tan fácilmente y así ha sido, asiente Rose.
– Qué te paso? dice Natasha
– Esa fue la historia de lo que llamo, la otra Rose, no tiene importancia, lo que cuenta es que el tiempo pasado aquí me ha mostrado cosas nuevas mías, ahora me dedico a pintar y enseñar arte en la “escuela verde” que es un proyecto educativo muy interesante.
– Qué bien, asiente Natasha, que suerte has tenido.
– No creas dice Rose, mi vida era un infierno hasta que decidí actuar y fue así como mi vida cambió para siempre y llegué a este lugar. Si no lo hubiese hecho probablemente ya estaría muerta.
– Natasha insiste: ¿qué fue realmente lo que te pasó?
– Y Rose muy firme le dice: no insistas con esa pregunta, es una historia que pertenece a mi pasado.
– Natasha entiende su impertinencia y da unos pasos hacia atrás, diciéndole, nos veremos otro día si quieres.
– Rose le dice sonriendo: claro cuando quieras, aquí estaré aunque si cuando estoy dando clases pongo un cartel de ausente.
Natasha vuelve sobre sus pasos rumbo al bungalow para encontrarse con Paul, aunque en el camino se va diciendo:
Esa mujer tiene que haber tenido un pasado horrible, sin embargo cuánta paz respira y parece no tenerle miedo a nada ni a nadie.
Ese en momento se pregunta, ¿será posible, superar lo que me pasa y si decido curarme e ir más allá de mis límites, renacer a una nueva vida? En sus ojos aparece una luz de esperanza y confianza, comienza a vislumbrar el camino y puertas que se abren delante de ella.