¿Me he convertido en lo que hago o hago lo que soy?
Cuando tener o no tener no significa nada.
“Todo ser humano tiene en su interior,… en su alma, un sonido bajito, su nota, que es la singularidad de su ser, su esencia. Si el sonido de sus actos no coincide con esa nota, la persona no puede ser feliz”. Sofia Prokoffieva.
Y cuando el sonido no coincide, aparecen conclusiones como: “Siento que mi existencia no tiene sentido. Todo me aburre. Nada me motiva. A veces no me entiendo. Hice todo lo que quise y no me siento feliz; tengo todo y siento que no tengo nada”.
Ahora bien, ese vacío interior -antes de ser reconocido como tal-, pudo habernos llevado a vivir en las antípodas de su verdadero significado. Esto quiere decir que antes de tomar conciencia de su existencia, pudimos haber ido en la búsqueda de todo (en el más estricto sentido de la palabra). Por ejemplo, a vivir sin parar, a llenar los huecos con ruidos, a atiborrarnos de gente, de compromisos, de actividades e incluso a usar y/o abusar de sustancias y/o psicofármacos.
El objetivo siempre fue el mismo. Silenciar, callar, combatir y seguir hacia delante sin mirar atrás. Pero lejos de desaparecer, se ha intensificado y se ha traducido en una insoslayable angustia, insatisfacción y tristeza.
El vacío interior es incierto mientras sea incomprensible.
Lo positivo de transitar cualquier crisis es que genera una necesidad de transformación. La sensación de vacío es necesaria porque significa que hay una búsqueda que nos encamina a descubrir nuestros valores más importantes. La jerarquía de nuestros valores determina nuestra vida y si no sabemos cuáles son probablemente nos encontraremos viviendo los valores de otros y no los nuestros. Los vacíos están proporcionalmente alineados con nuestros valores más altos. Lo que sentimos que nos falta es aquello que justamente deseamos hacer.
Cuando vivimos desconectados de nuestra esencia y de nuestros valores personales todo se vuelve cuesta arriba porque no somos capaces de entender lo que pasa o para qué nos pasa; no sabemos qué hacer y terminamos haciendo lo que está bien y socialmente bien visto. Vivimos en lo que creemos que los demás esperan de nosotros.
Por el contrario, cuando conectamos con nuestra esencia y nos reencontramos con nuestros valores, somos capaces de aceptar que la realidad no depende (ni necesita) de nosotros para suceder; simplemente aceptamos y empezamos a saber qué hacer con todo ello. Nuestros valores son los que nos movilizan y nos hacen actuar a través de esa energía que nos proyecta a realizarnos, a desarrollar, a crecer y a ser auténticos.
Por todo ello, resulta cada vez más usual conocer personas que deciden ir en esa búsqueda interior. No son modas; o por lo menos no lo son en todos los casos. Por supuesto que hay muchos que deciden comenzar con algo simplemente porque es cool o supone un desafío, pero cuando no hay más motivación que esa, toda meta termina siendo etérea.
Es algo así como querer volverse vegano simplemente porque muchos aseguran que les ha cambiado la vida y se ven saludables. Es cierto, pero no es suficiente. Ser vegano, como tantas otras decisiones en la vida más o menos profundas, tienen que ver con la toma de conciencia personal y social, con sentir, con estar conectado a los porqué y a los para qué.
Si no hay motor interno, sólo hay ego.
La vida comprende un sin parar de dicotomías entre lo deseado y lo posible, entre la libertad y la dificultad, entre las obligaciones y las responsabilidades, entre nuestro deseo y el deseo de los otros. Esas tensiones no son una anomalía; todo lo contrario. Ayudan a que desarrollemos nuestros recursos personales y contribuyen a que cada uno trabaje en el diseño de su propia e intransferible singularidad.
No importa en qué parte del camino de la vida nos encontremos con el vacío interior. No existen para ello tempranos y tardes; simplemente existen y es nuestra responsabilidad encontrarles sentido descubriendo nuestros valores más elevados. Y esa tarea no puede ser transferida, no hay manera de que otro sepa qué es lo que nuestra esencia pide.
- ¿Me he convertido en lo que hago o hago lo que soy?
- ¿Vivo en función de mis valores y los convierto en actos concretos o vivo supeditado a los valores de los otros, para satisfacer su mirada, para no perder relaciones, status y/o conveniencias?
- ¿Tengo conciencia de que cada una de mis acciones tiene una consecuencia y me hago responsable de ello, sin echar culpas afuera?
- ¿Soy capaz de entender que la mayoría de las cosas que me pasan no me ocurren por algo sino para algo?
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Angie
6 noviembre, 2019 @ 5:12 pm
Excelente artículo. Saludos