¿Tu presente está agobiado de pasado?
Sanar heridas del pasado.
Según Wayne Dyer, cuando recordamos heridas del pasado “nuestra biografía se convierte en nuestra biología”. Al aferrarnos a los traumas anteriores, estamos impactando sobre las células del cuerpo. Al examinar la biología de un individuo, es fácil descubrir su biografía; los pensamientos de autocompasión, angustia y otros, cobran un peaje sobre el cuerpo y el espíritu.
Por eso es tan importante sanar las heridas del pasado. Cuánto más recreamos la vieja película hablándole a otros sobre lo que nos hicieron y no nos hicieron, creamos un entorno de sufrimiento, lo que hace que las personas nos vean desde la lástima y no desde la grandeza. Por ello, sanar nuestras heridas internas conscientes o inconscientes y reconciliarnos con ellas es tan importante.
Repasemos una historia personal, que mucho tiene que ver con todo esto.
Juan y el poder ilusorio que le dan sus heridas internas.
Tanto los intercambios de opinión como las discusiones son parte de la vida, de las relaciones humanas y de cada entorno en el que nos movemos. Es normal discutir, es normal estar en desacuerdo, es frecuente tener que defender una postura y hasta es habitual que defendiendo la misma, elevemos el tono. Es una cuestión de pasión, y aunque habrá unos más apasionados que otros, eso también es parte de la convivencia.
Sin embargo, Juan no soportaba las discusiones. En cuanto alguien levantaba la voz a su alrededor o a él mismo, su lenguaje gestual se volvía infinito. Padecía ansiedad extrema y no dejaba a nadie indiferente. Para él, una discusión, cualquiera fuera su magnitud, era sinónimo de padecimiento. Imploraba a la tierra que le tragase, pero nunca se sentía con derecho a contestar o a intervenir porque siempre menospreciaba sus razones. A fin de cuentas, daba igual tener razón, lo importante para él era que ese momento llegara a su fin.
Y además porque ese final también significaba el comienzo del abrazo amoroso de aquellos testigos que lo reconocían como “víctima” de la situación.
Porque si hay algo cierto en todo esto, es que todos, hasta el más lejano en cuestión de confianza intentaban ayudarlo a restablecer su emocionalidad para “sacarlo” de ese sufrimiento, que aunque parecía exagerado, se veía real y desesperado.
Dyer también decía que “una persona que haya experimentado acontecimientos traumáticos en la vida, puede llegar a vincularse con los dolorosos acontecimientos del pasado y rememorarlos para llamar la atención o despertar lástima en los demás. Esas heridas de nuestras vidas parecen darnos una gran cantidad de poder”.
Y lo más serio es que muchas veces ni siquiera somos conscientes de ello.
¿La herida interna que hace sufrir al adulto o el adulto que deja que la herida tome el poder sobre él?
¿Qué significaban para Juan las discusiones? ¿Por qué prefería hacerse invisible antes que defender su postura o sus ideas? ¿Por qué estaba convencido de antemano que sus ideas no valían lo mismo que las de los otros? ¿Dónde había aprendido que callar era sano y tenía su recompensa? ¿Por qué prefería la compasión de los demás, antes que el respeto y/o el reconocimiento?
Pero el Juan herido nunca se cuestionaba. Él pagaba su coste y obtenía su beneficio. Siempre había sido igual y aunque tantas veces tenía ganas de decir, una ansiedad lo invadía para callarlo. Al final, todo estaba articulado para mantenerse en su zona de comodidad y sentirse protegido.
…Protegido, pero ahogado. La ansiedad era cada vez más intensa, porque su silencio tenía cada vez más palabras para decir. Y todo carecía de sentido si no había testigos a los que inspirarles compasión. A Juan, algo empezaba a hacerle ruido…
Juan -y todos- necesitamos un presente más presente y sin tanto pasado herido.
Un proceso crucial para cuestionar y distinguir la realidad, de la percepción que hemos hecho de ella. Entre otras cosas, necesitaremos:
- Poner nombre a esas viejas heridas, conscientes o inconscientes, para reconocerlas y transformarlas.
- Aprender a que una discusión puede ser apasionada sin ser violenta.
- Aprender a negociar hablando desde los valores del otro.
- Saber que dentro de una discusión hay un aprendizaje para nosotros y que no se trata de ceder, sino de comprender el porqué.
- Naturalizar la discusión como parte habitual y natural en todos los ámbitos de la vida adulta.
- Dejar de necesitar la compasión de los demás ejerciendo de víctima.
Evitemos basar nuestro presente en nuestro pasado traumático. Tomemos conciencia de nuestro poder interior.
Y para ello, nada mejor que vivir un proceso de acompañamiento transformador, experiencial, profundo, integrador y rápido, que nos permite trabajar en esos ajustes emocionales para sanar y liberar las cargas pasadas.
Sanar esas heridas, y como hemos abordado en esta ocasión, desasociar la discusión a algo destructivo y entender que por el contrario, es un proceso constructivo y enriquecedor, significa una mejora sustancial en todas las áreas de nuestra vida: profesional, familiar, mental, social, financiera, física y espiritual.
¿Te animas a tomar conciencia de tu grandeza?
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